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«Yo nací para divertirme. Y me divierte mucho mi profesión»

«El artista que no logra un lenguaje propio va al muere», afirma Gastón Izaguirre, pintor de un estilo inconfundible, que también acepta los desafíos de la decoración.

El encuentro con un «Gastoncito» deja al observador absorto ante una mirada que parece inocente pero encierra mucha ironía y al mismo tiempo abre muchas preguntas. Esas figuras de cabezas grandes y ojos inquisitivos surgen del pincel de Gastón Izaguirre sin explicación ni preparación previa, pero lo han convertido en uno de los artistas nacionales más reconocibles y cotizados.

«El artista que no logra un lenguaje propio va al muere», explica Izaguirre en su casa, un rincón de Colinas de Carrasco que refleja también su faceta de decorador. El día de la entrevista, justamente, lo había dedicado a esa tarea y en particular, a rediseñar una pizzería, una propuesta que lo apasiona y lo desafía. «Yo nací para divertirme. Y me divierto mucho con mi profesión. Y trato de meterle onda al trabajo», asegura.

Su obra lo define, pero también su personalidad. Extrovertido, locuaz, viajero empedernido, le encanta encontrarse con amigos por las noches pero se encierra solitario para pintar. Viejo publicista, no añora aquella profesión pero la aplica por ejemplo en sus decoraciones.

Nacido en Mercedes hace 47 años, tuvo la vocación inevitable: desde los cuatro años dibujaba con «un fanatismo tremendo». Hacía historietas de superhéroes todo el tiempo. «Dibujé toda la vida, y siempre personajes individuales. Eso lo estudié con un psicólogo. En mi obra es raro que aparezcan más de dos figuras. Tenía problemas de relacionamiento, lo opuesto a lo que soy ahora. No era autismo pero se me trataba como un chico diferente. Me mandaron a un par de terapias porque no interactuaba con otros, me pasaba dibujando. Lo que pasaba era que me aburría todo salvo el dibujo», recuerda.

Sin embargo, no le gustó la carrera de bellas artes; se anotó en ciencias de la comunicación pero terminó publicista durante 25 años, aunque el arte sobrevivía como algo secundario en su vida. «Cuando la publicidad cumplió el ciclo y empecé a detestarla, me empecé a dar cuenta que lo mío era el arte. Son caminos separados pero la publicidad me fogueó y estoy agradecido por todos esos años, porque también me enseñó todo lo que no quiero ser. Me mostró gente que no quiero ser, gente que trabajaba 48 horas. Llegué a no dormir por alguna campaña. Ahora mi cabeza es otra, no sé si podría vivir hoy en una agencia con mi personalidad. Mi cabeza de hoy atenta con lo que era yo. Veo todo diferente. Tratar con un cliente como trataba yo… hoy lo mandaría a la mierda… Por algo cada cosa lleva su tiempo», asegura.

Entonces el arte pasó a ser su vida. Por supuesto ayudó que se hizo un nombre y comenzó a vender, sobre todo al exterior: Italia, Alemania, Francia, España. «En mi caso, no sé para todo el mundo, hay cosas que tengo que tener cubiertas para poder volar –explica–. No iba a dejar todo para ir a vender cuadros que no sabía si podía vender. Ya tenía hijos. Los hijos nunca me limitaron pero hay cierta responsabilidad que está ahí».

Paula Espasandín fue clave en ese proceso: invitó a Gastón a exponer en la inauguración del hotel Cipriani en Punta del Este. Toda esa muestra se vendió a Italia. También las redes sociales, en especial Instagram, lo llevaron «de cero a cien», como dice él. Y asegura que el éxito de su obra se debe a su estilo.

El estilo propio

«El artista que no logra un lenguaje propio va al muere –enfatiza Izaguirre–. Mis primeros cuadros, si vos mirás, eran más violentos. Cambió el lenguaje pero te das cuenta que son míos. El lenguaje tiene que evolucionar como el ser humano. Si en diez años sos el mismo, sos un imbécil porque no aprendiste nada. Llegué naturalmente al estilo, nunca pensé en querer hacer algo. Si lo pensás, no sale. Siempre fueron figuras pero nunca pensé en querer hacer algo. A medida que fui creciendo fue cambiando mi pincelada y salió. Es algo más escatológico, es una necesidad y sale, puf».

No le gusta describir ni le pone nombre a los cuadros. «La obra te tiene que comunicar a vos, no te tengo que dar la explicación. Si el que compra mi obra me pregunta qué significa, muy rara vez le explico. Aunque para mí tenga un sentido, la mayoría de las veces no me interesa explicarlo», dice. Admite que sus figuras son bastante irónicas y a la vez ambiguas: no se sabe si son hombres y mujeres, porque no cree en los géneros sexuales.

Sin embargo, un imprevisto afectó esa inspiración. Venía de Punta del Este, se durmió y tuvo la suerte de que su auto se fue directo a la cuneta. Los air bags hicieron el resto. No lastimó a nadie, ni sufrió heridas. Pero no resultó gratis: «De ahí, un año y medio para adelante se quebró todo. Pensé que no había pasado nada y se había movido todo. Y ahora estoy empezando a darme cuenta que todo eso que se rompió hoy es beneficio. Hubo como un crecimiento, y recién ahora estoy empezando a pintar. Llegué a pintar solo el diez por ciento de lo habitual», dice.

Su proceso para pintar es muy singular. Se recluye en una casa sobre la Interbalnearia, donde ha llegado a estar diez días seguidos. No le gusta que nadie esté presente, aunque pone música, desde ópera hasta electrónica. Antes pintaba mucho de noche, pero como le gustan las fiestas, ahora su labor es más diurna. Otra particularidad: siempre pinta de a tres. Si es una serie, tiene tres obras. Si son cuadros independientes, también son tres. Y no se trata de algo cabalístico, porque todo eso le parece «una truchada».

«La pintura es un acto muy solitario para mí en el cual el tiempo pierde absolutamente la relación. Pueden pasar 15 horas y yo siento que estuve 10 minutos. No siento cansancio. Me pasa todo el tiempo», asegura. Y lo sorprende que entre sus clientes haya cada vez más chicas de 15 años que quieren un cuadro como regalo. «Yo a los 15 años no quería nada de eso, ¿cómo piensan en un cuadro? Es buenísimo que te pase. Es muy halagador», confiesa.

No sabe cuántos cuadros pintó en su vida, ni le interesa saberlo. Tampoco se encariña con sus obras. «Me importa una mierda, por un cuadro me puedo ir a Europa un mes. Me encanta que mi obra se venda y se vaya, detesto aferrarme. No tengo una actitud de apegarme a las cosas. Si venís dentro de dos años, mi casa va a estar totalmente diferente decorada. Me encanta el cambio», afirma.

La decoración, un desafío

El día de la entrevista no pintó: solo trabajó para interiorismo desde las ocho de la mañana: una pizzería más dos casas en Carrasco y el lobby de un edificio en Pocitos. En este campo se declara «muy ecléctico», con gusto por la mezcla. También le gusta cambiar los hábitos de una casa. Si hay un comedor poco utilizado, lo convierte en un estar. Y exige total libertad al cliente: «En eso digo: ‘si me vas a contratar, me tenés que dejar trabajar. Si no, buscá a otro que te haga los mandados’. Soy franco. No me pasa nunca porque el que me llama la tiene clarísima».

Ahora está rediseñando Il Mondo de la Pizza, un reto que lo obliga a apelar a lo que le dejó su oficio anterior. «Cuando hago un local comercial, no una casa, ahí me sale el publicista. Tenés que ver qué público va y qué público querés ganar. Si usás cierta decoración hay un público que no entra porque se siente intimidado. Hay que hacer un mix y es un verdadero desafío», sostiene.

SU LUGAR, SU FAMILIA

«Me vine a vivir a Colinas de Carrasco hace ocho, nueve años, cuando eran pocas casas. Pasaban las liebres por ahí, había unas lechuzas blancas… Me seducía el tema la seguridad, porque estoy mucho tiempo afuera. Y otra cosa que me sedujo es la naturaleza. Después del accidente me di cuenta de que es mi responsabilidad vivir como vivo. Con mi mujer nos dejamos ser. Mi mujer es lo opuesto a mí, y si no fuera así esto no funcionaría. Tenemos dos hijos: Mora, de 13, y Justo de 11. Son fabulosos, me divierto mucho con ellos».

SUS VIAJES

«Viajo solo una vez al año, otra vez con mis hijos, otra vez con mi mujer. La última vez solo me fui un mes 15 días a la favela de Bahía y 15 días a la selva al norte de Bahía con una familia evangelista. Fue fascinante, de los mejores viajes que hice. Qué Europa ni Europa, lo que viví ahí es incomparable. Necesito todo el tiempo absorber información, energía, formas de vivir. Me he vuelto un vampiro de eso. Me encanta conocer la diferencia del otro. Me parece riquísimo eso. Y me sirve para pintar y para todo».

EL SUEÑO SIN CUMPLIR

«Me gustaría hacer moda, es lo único que no hice y ahora ya no puedo. Soy muy estético, hubiera sido un excelente diseñador. No me gusta el tema del cosido, pero tendría que tener un estudio de confección y eso en Uruguay no es posible. Como si fuera un pintor y no pudiera usar el pincel. La moda es lo que más en pañales está en los países como el nuestro. Acá hay tremendos diseñadores de moda. Y sin embargo hay casas con ropa de mierda y la gente la compra. Conozco por lo menos 20 tipos excelentes, pero ¿quién se va a hacer un traje acá?»

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