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El verdadero liderazgo se hace desde la solidaridad

Entrevista a Gustavo Zerbino

Zonabarrios visitó a Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes del accidente aéreo de los Andes en 1972. La vida, los valores y el aprendizaje de la tragedia que le tocó vivir junto a sus compañeros de rugby del Old Christian Club, fueron parte de una charla que transitó por distintas facetas de un ser humano que logró sobrevivir en las condiciones más adversas que alguien pueda imaginar.

Este destacado vecino, más allá de ser un conocedor de la zona donde se encuentra la comunidad de countries más grande de Uruguay (desde mucho antes del desarrollo de las nuevas urbanizaciones), eligió vivir con su familia en esta parte de Canelones, donde dice que lo tiene todo.

¿Estás viviendo hace tiempo en la zona de barrios privados?

Sí, vivo en Cumbres de Carrasco desde hace unos 8 años. El área donde está Cumbres era parte de mi campo. Al lado está el Haras El Cortijo, que son 60 hectáreas donde teníamos polo cross y entrenamiento de caballos de enduro, cómo los que le entrenamos al Rey de Malasia. En su momento, cambiamos 8 hectáreas para poder hacer una cancha de polo.

¿Qué te decidió a hacer ese cambio?

Es una zona divina. Estás a 10 minutos de Carrasco y en el medio del campo. Tenés los pájaros, el silencio, la paz, la tranquilidad, y encima a 250 metros tengo mis caballos que me encantan.

¿Es casi como hacer vida de campo en la ciudad?

Cumbres tiene una cantidad de beneficios. Yo tengo 4 hijos varones y 2 hijas mujeres, para mí es muy cómodo. Jugamos al fútbol y al rugby, tenemos cancha de tenis, piscina, el Club House y toda la parte de entrenamiento de alto rendimiento con un gimnasio extraordinario. Mis hijos se han criado a 50 metros del Club House, disfrutando todo eso. Yo viajo mucho y cuando me voy dejo la casa abierta sin ningún problema de seguridad y con la tranquilidad que mi familia estará bien. Es como era Carrasco antes, que dejabas las botellas de leche con la plata abajo y las pelotas o las bicicletas en el jardín. Todo eso, que lamentablemente se perdió, hoy en Cumbres lo tengo.

¿Cómo son tus actividades y cuánto de ellas tienen que ver con tu faceta de conferencista? (Especialmente la relacionada a la experiencia vivida en lo que se conoció como el Milagro de los Andes).

Soy director de la división farmacéutica de compañía Cibeles, representante de la marca Merck Sharp & Dohme, uno de los laboratorios más grandes del mundo. Soy presidente de la Industria Farmacéutica Multinacional desde hace 17 años, estoy en el consejo consultivo de Unicef hace 10, integro la Unión de Rugby del Uruguay desde toda la vida y estoy permanentemente vinculado a muchas organizaciones. Dentro de las cosas que más me gustan, está la motivación de equipos de alto rendimiento. Viajo por los cinco continentes trabajando con universidades, con empresas de primer nivel en el mundo y con equipos deportivos. Desde la selección uruguaya de fútbol, Los Pumas en la eliminatoria del Mundial de Nueva Zelanda, equipos de fútbol profesional como Nacional o Peñarol de acá, Independiente de Argentina, Cerro Porteño de Paraguay o Nacional de Quito, Ecuador. Disfruto mucho y al mismo tiempo conozco distintas realidades. Llegué hace poco de Antofagasta, donde estuve trabajando con Antofagasta Minerals, una empresa del grupo Luksic que tiene minas en el medio del desierto que ocupan un territorio que equivale a los dos tercios del Uruguay.

¿Con qué tipo de realidades te encontrás en esas intervenciones?

Soy un agradecido a la vida. Siempre digo que soy una persona feliz, que agradece todos los días por estar vivo y tiene una gran vocación de servicio.

Ves como los seres extraordinarios no existen, existen seres humanos ordinarios, comunes y corrientes capaces de hacer cosas extraordinarias si se conectan con el amor y el sincero deseo. Para conectarte con tu máximo potencial físico, mental y emocional —algo que no conocemos, porque somos analfabetos emocionales—-, yo te muestro cuáles son las emociones que hay en cada uno para que las identifiques. Ahí la idea es que las distingan, ya que unas te paralizan y otras te impulsan hacia adelante. Intento que aprendan a trabajar en una cinta transportadora que es el amor, el hacer algo apasionadamente en lugar de padecerlo. Se sabe que el 74% de la gente no está conectada con la vida y que a tres de cuatro no les gusta lo que hacen ¡y lo hacen toda la vida! Y no son esclavos, tienen la puerta abierta de esa cárcel. A mí me preguntan ¿de qué trabajas? Y yo digo que no trabajo, hago lo que me gusta, y a veces me pagan. Muchas de las cosas que hago, las hago honorariamente, voy a cárceles, hospitales, escuelas, barrios totalmente marginales y comparto con la gente mis vivencias. Disfruto mucho moviendo la energía desde la gratitud.

Hablando de la solidaridad hemos visto que estás trabajando desde hace tiempo con la Fundación Rugby Sin Fronteras. ¿No te has apartado nunca de ese deporte?

El rugby para mí es una filosofía de vida. Primero aprendes del trabajo en equipo. Te enseñan que en la vida tenés que levantarte una vez más que las veces que te caíste. Jugas contra un ocasional adversario que te permite superarte y el juez siempre tiene la razón, aunque se equivoque. ¿Qué quiere decir esto? que vos tenés que seguir haciendo lo correcto por los motivos correctos, no gastar energía en cosas que no te competen. El rugby lo utilizamos como herramienta en las cárceles por ejemplo, a donde vamos desde el 2006 y sabemos que hay personas que bajan la reincidencia en el delito en un 7 u 8% solo por ser parte y compartir valores como el respeto, la solidaridad, el amor y la alegría. En Argentina, Eduardo Coco Odérigo, creador de la Fundación Espartanos, ha logrado replicar esto hasta en 60 institutos carcelarios. En Uruguay y Argentina el rugby es como una enzima catalizadora que acelera el proceso de reinserción social de una manera solidaria, porque no es un deporte para personas de plata, es un deporte que pueden practicar todos: el gordo, el flaco, el alto y el petiso. Precisas lo mismo que para jugar al fútbol, unos zapatos, un short y una pelota que puede ser redonda u ovalada.

Teniendo en cuenta estas reglas de juego. ¿Cómo tiene que ser un líder?

El verdadero liderazgo tiene que estar basado en el amor y la solidaridad; poner lo que falta en el lugar en el que vos estás. Si hace falta la alegría, sos el que pone alegría, si falta compromiso, el que se compromete sos vos y si hace falta puntualidad, sos el que llega temprano. Imaginate que una organización, un país o un club se pelee por poner lo que falta ¡sería maravilloso! Nosotros como latinos dejamos de hacer lo que tenemos que hacer para hablar del que no está haciendo y ponemos a funcionar la máquina de impedir. Puedo darme cuenta que lo importante en la vida no es lo que pasa sino lo que hago con las cosas que pasan, que es lo único que depende de mí. Esa es la diferencia entre ser parte del problema, viviendo en la queja y en función de un patrón de conducta que te boicotea permanentemente. Es como tener un fórmula 1 apagado y con el freno de mano puesto. Hay que aceptar la realidad tal cual es y ser parte de ella. Eso es lo que comparto con la gente, y lo disfruto mucho.

¿Se puede decir que conoces todo el mundo?

No, conozco los cinco continentes y muchos países del mundo. Desde el polo Sur, la Antártida, hasta Manitoba casi en el polo Norte. En todos los lugares hay gente maravillosa con costumbres, religiones y pautas distintas. Si estás permeable, receptivo y dispuesto tenés mucho que aprender y mucho para compartir.

¿Cuál fue el país o la cultura que más te llamó la atención por ser lo opuesto al uruguayo o al latinoamericano?

Nosotros somos latinos descendientes de italianos y españoles. Somos muy de la familia, pero también somos personas que no internalizaron su idiosincrasia del Viejo Vizcacha: el que escupe el asado para que el otro no lo coma y se mueve con la ley del mínimo esfuerzo. Cuando éramos chicos el que estudiaba era un gordito traga y todo el mundo se burlaba de él. Los modelos eran el pícaro, el chanta, el buen mozo y el que hacía lo mínimo. Hoy ves en el mundo sajón que el responsable es el que lleva adelante una obra y se le reconoce en vida por eso. Nosotros somos hipercríticos, vivimos en un caldo de cultivo que es la envidia, hablando de la gente que está al lado, enfocados en la crítica y la queja. A pesar de todo, ser uruguayo o latinoamericano es maravilloso porque tenemos una cantidad de valores entorno a la familia. Valores que tenemos que cuidar y en algunos casos recuperar. Por ejemplo: las madres y padres ausentes. Los chicos se crían con la televisión, el teléfono inteligente o la laptop; le preguntan todo a Google. A pesar de eso sigo siendo muy optimista.

¿Cuáles son los valores más importantes que hay que tener?

Tengo seis hijos (4 varones y 2 mujeres) y creo en los millenials, en esta nueva juventud que tiene mucha información, que va a todos lados, se mueve con mucha rapidez y se reinventa todos los días.

Lo que hay que trabajar son los valores que se enseñan por medio de la acción, la solidaridad, el amor, la compasión y el respeto. Cuando en el presente aprendemos a pedir perdón por los errores que hemos cometido en el pasado, podemos tener mañana un futuro en común. Es una oportunidad, no se puede avanzar mirando el espejo retrovisor. Hay que ir atrás asumir el conflicto y la responsabilidad de cada uno, y avanzar.

¿Cuánto de eso aprendiste en el accidente de los Andes?

Nosotros nos caímos en un avión que lo manejaba un piloto de la Fuerza Aérea y cuando volvimos 24 años después a hacer un homenaje con una plaqueta en memoria de quienes no volvieron, vi que todos, incluidos los militares, eran también nuestros hermanos. En aquel momento era presidente del Old Christian, y cuando retiré la placa que había mandado a hacer, vi que decía “a nuestros 29 hermanos, en recuerdo de la visita de los 16”. Dentro de esos 29 hermanos que no sobrevivieron había 5 que eran militares, y que nunca nos habían hablado, nunca nos habían pedido perdón y con los que nunca habíamos dialogado porque vivíamos en una dictadura militar. El accidente cada año que pasaba era más conocido en el mundo y era una de las vergüenzas más grandes para la Fuerza Aérea. Ellos, al igual que todos los demás, y a pesar de las circunstancias históricas o políticas, siguen siendo hermanos, pero hermanos del dolor; se equivocaron, se murieron y nosotros no tenemos nada que reclamarles. Nunca le hicimos un juicio a la Fuerza Aérea (y nos deben la mitad de la ida y toda la vuelta), pero igual construimos una sociedad solidaria, donde el único objetivo era sobrevivir.

Cuando se da esa solidaridad el yo se convierte en todos y la fuerza de los seres humanos es ilimitada. Eso fue lo que aprendimos en la cordillera: a convertirnos en una sociedad solidaria. Siempre digo que nuestra historia no es una tragedia, aunque tiene muchísimo de tragedia, y es al mismo tiempo un milagro, una historia de amor, amistad, solidaridad y vocación de servicio.

Ese es el puchero sustancial donde la sociedad de la nieve, en la adversidad más grande que alguien se pueda imaginar, salió adelante, con alegría, dignidad, respeto y honestidad. Le dijimos al mundo como sobrevivimos porque no teníamos nada que ocultar. Nos sentíamos orgullosos de haber decidido entre la vida y muerte, y para eso hicimos un pacto por el que estaríamos dispuestos a compartir nuestros cuerpos en caso de morir. A la gente le impactó al principio, pero fue una decisión muy difícil porque todos los días había que vivir de vuelta. Era más fácil quedarte quieto, congelarte y morirte sin sufrir, que pelearla. En vez de quejarnos aprendimos a agradecer, en vez de pedir explicaciones empezamos a aceptar. Nos fusionamos con la naturaleza y éramos parte del hielo, de la montaña, del viento y de las avalanchas.

¿Qué cambió en la compresión de la gente con el paso del tiempo acerca de cómo sobrevivieron?

Nunca fue un escándalo, la prensa sensacionalista existió siempre. Nosotros llegamos al Uruguay y pedimos que todos los familiares de nuestros amigos muertos estuvieran presentes. Les contamos nuestra historia y nos recibieron con los brazos abiertos. Las únicas personas que nos interesaba que conocieran cómo habíamos sobrevivido eran los padres. Yo traje una carta que Gustavo Nicolich le hizo a la novia y a la madre: «le pedimos a Dios desde lo más profundo de nuestro ser que este día nunca llegara, pero llegó y tenemos que aceptarlo con valor y fe, porque si los cuerpos están ahí es porque Dios los puso ahí, y si yo mañana puedo ayudar a alguien con mi cuerpo, lo haría con mucha alegría» decía, palabras más, palabras menos. Y al otro día se murió. Ese pacto habla del amor incondicional y la solidaridad. Entendimos que cuando te bajas del caballo de la arrogancia, de la soberbia y la omnipotencia o abandonas el papel de víctima y aceptas la vida tal cual es, con humildad, las posibilidades son infinitas. Y le mostramos al mundo como a pesar de la diversidad se puede construir la unidad. En el medio del caos la única manera de lograrlo es sin quejarse y haciendo lo que haga falta sin excusas, porque las excusas y las quejas son actitudes que no te permiten avanzar.

Imaginamos que en esos momentos tus creencias fueron muy importantes, algo de que agarrarse. ¿Qué es Dios para vos?

El templo más importante que existe es el cuerpo, el que cobija al espíritu o al alma. Si vos cuidas tu cuerpo, educas a tu mente y estiras el umbral del dolor y la queja, tenés un ejército de posibilidades a tu favor. Yo era una persona creyente, me educaron católico, apostólico y romano, pero siempre fui rebelde. Hasta pensaba meterme a cura, pero después vino lo del avión y en la cordillera a Dios lo mandé a la mierda. El Dios que me habían inculcado era un Dios castigador, que te iba a quemar en el fuego del infierno.

El Dios que yo conocí en los Andes era bondadoso, quería lo mejor para nosotros. Ahí me di cuenta que la concepción que yo tenía era más grande que la que me habían enseñado.

Siempre fui un rebelde, hoy como nadie respeta, yo trabajo por el respeto.

Tras suspenderse la búsqueda, empecé a trepar la montaña, y mientras caminaba y caminaba, me daba cuenta que a Dios lo tenía adentro porque era imposible que yo estuviera haciendo lo que estaba haciendo. Ahí aprendí a apagar la mente. Cuando rezo le pido fuerzas y le agradezco por lo que recibí, pero cuando medito escucho la voz de Dios. Y para eso hay que estar en armonía, ser consecuente y congruente. La mente, el cuerpo y el espíritu tienen que estar en el mismo lugar. Eso se llama iluminación en todas las religiones, pero estamos totalmente disociados, pensamos una cosa, decimos otra y hacemos otra. Y no pasa nada porque todo el mundo lo hace. La gente es infeliz, sufre y padece la vida, no los llenan ni con plata, ni con poder, ni con nada. No es buscar la aprobación de afuera, ni seguir los mandatos familiares, culturales o religiosos. Los mandamientos, las reglas de tránsito o la Constitución de la República no sirven para nada por sí mismos. Si vos los vivís, los internalizás y los automatizás son tus valores y entonces no hay pelea porque sos eso. El problema es cuando no son tus valores y «tenés qué», pero cuando nadie te mira mentís.

Hay mucha gente honesta, pero cada vez son más los que no respetan. Tenemos presidentes que son payasos. Está Trump que parece Homero Simpson y que juega a las guerras; tenés al coreano y tenés a Maduro. No importa si son de derecha o izquierda, toman a la gente de rehén. La derecha y la izquierda no existen, o sos solidario o sos un hijo de puta. Hay gente corrupta y deshonesta en todos lados y esa pelea ideológica es una mentira.

¿Un día en la vida de Gustavo Zerbino?

Son todos distintos. Dependen de la agenda que me comprometí a llevar. Me levanto a las 6.30, hago deportes, puede ser pilates, tenis, rugby o natación. Voy a la oficina y cumplo con compromisos que hice con anterioridad. Cuando va bajando el sol y llega la noche, se me va agotando la energía y no me duermo, me desmayo.

Mi agenda la maneja mi asistente. Cuando me llaman de algún lado le digo que se fije si tengo algo, si está libre agendamos. Después tengo que honrar mi palabra. Que me paguen o no me paguen para mí es lo mismo, me comprometí  y voy. Artigas, Bella Unión, Siberia, Malasia o cualquier lugar. Me dan el pasaje el día antes y yo ya sé que tengo que hacer la valija media hora antes.

También juego rugby como acción de alto impacto con la Fundación Rugby Sin Fronteras. Ahí puede ser que me encuentre en Cuba, en Inglaterra con ex combatientes de la Guerra de las Malvinas o en la franja de Gaza, en un partido del que participan palestinos y judíos. Hace un tiempo hicimos un torneo por los 100 años de la Primera Guerra Mundial en Francia del que participaron 16 países con niños de 14 años que hicieron una Declaración Mundial de Paz. En síntesis, trato de ser todos los días la mejor versión de mí mismo. Venimos a la vida para aprender y darnos cuenta, pero lo principal es ser feliz. El error y el fracaso no existen, eso es puro cuento, solo existe el aprendizaje.

¿Qué planes tenés para lo que queda del 2019 o principios del 2020?

Yo solo tengo un plan que es estar preparado para lo peor, esperando siempre lo mejor, y disfrutar la vida con la gente que me rodea, sin preguntarle quien es, en qué cree o qué hace. No me importa de qué partido político es o qué religión profesa, tengo amigos por todo el mundo y ni un solo enemigo.

Hablas mucho de estar presente, de la importancia de estar presente…

El presente es un regalo y nos lo perdemos. Vivimos todo el tiempo yendo al pasado porque nos sentimos culpables o al futuro donde está la angustia, el miedo y la sensación de impotencia. El presente es el momento en que podemos tomar acción, es el único momento en que puedo ser feliz, agradecer y disfrutar. Pero estamos muy poco en el presente y cuando estamos, maneja el piloto automático. De 10 mil a 50 mil pensamientos por día son automáticos, inconscientes, no producen ningún resultado y no son míos, son como las olas del mar. Entonces tenés que educar a la mente; para tener resultados distintos hay que hacer las cosas distintas, y para eso tenés que aceptar esa limitación y por medio de la repetición transformarlo en fortaleza. Cuando no podés solo, pedís ayuda. Y pedís perdón rápido cuando te equivocas: ese es un acto de humildad, como agradecer. La gratitud es un estado de gracia.

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