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«Algún día hay que tirar el ancla para quedarte en tu lugar»

Esteban Batista habla de básquet, de su carrera, de su futuro... Y también de fútbol

ZONA DE VECINOS

Después de navegar por el mundo y tocar puertos en España, Estados Unidos, Italia, Argentina, Turquía, Rusia, China, Esteban Batista «lanzó el ancla» por la borda –como él mismo lo definió– y decidió por fin establecerse. Su barco tenía la forma de una cancha de básquetbol y su muelle de destino es Uruguay, pero ya fijó como su base la casa de sus sueños en Viñedos.

Por eso, el primer jugador uruguayo que jugó en la estelar NBA y el que más partidos jugó con la camiseta celeste volvió a sus tiempos infantiles de futbolista y jugó como centrodelantero en el torneo de los barrios. En este lugar pasó la pandemia y desde allí piensa encarar los últimos años de su carrera.

«Cuando me mudé a Viñedos ya tenía la idea de asentarme en un lugar así. Mientras jugaba en el exterior cambiaba cada uno o dos años de ciudad. Pero algún día hay que tirar el ancla para quedarte en tu lugar. Y esta casa la construí de cero, fue algo que siempre soñé, muy lindo. Ahora es el tiempo de disfrutarla en familia y más porque ya no somos dos sino tres, porque nació nuestra hija Joaquina. Y eso requiere otra atención», contó.

El basquetbolista vive en Viñedos desde 2016, atraído por un entorno similar al de su infancia. «Me crié en una casa con mucho verde, siempre en contacto con la naturaleza. Por eso la idea fue buscar esa conjugación de estar cerca de la naturaleza, tener seguridad central y vivir en forma natural y tranquila. Me decidí porque estaba comenzando una nueva etapa de mi vida. Cuando jugaba afuera siempre viví en apartamento, por eso tenía necesidad de volver a tener verde», indicó.

Batista acababa de firmar por Hebraica Macabi cuando se realizó esta entrevista, a fines de agosto. Todavía no había iniciado los entrenamientos conjuntos, por lo cual estaba trabajando por su cuenta. «Cuando uno es profesional siempre hay que estar en buena condición física», enfatizó. De mañana hacía gimnasia aeróbica y musculación, y de tarde iba a tirar al arco en el Centro de Entrenamiento de la selección, un moderno local ubicado junto la Unión Armenia de Beneficencia camino al Prado, que siempre está disponible para los jugadores. «Para no perder el tacto, que la muñeca no se olvide», comentó.

Si bien para su actividad lo peor ya quedó atrás, la pandemia determinó la paralización total de los torneos durante varias semanas en 2020. «Lo viví con la incertidumbre que fue de todos, en todo el mundo –relató–. Nadie sabía lo que iba a pasar. De cualquier manera, nosotros lo vivimos mejor que otros, porque tenemos un espacio generoso y pudimos estar más tranquilos y cómodos que si hubiéramos vivido en un apartamento. Y funcionó el entretenimiento del fútbol los fines de semana. En cambio, no pude practicar mucho básquet, porque no tengo tablero en casa ni instalaciones para practicarlo. Entonces me pasé al fútbol…»

«Además, la inactividad nos permitió estar más tiempo en casa que lo habitual que cuando hay actividad. Y en ese momento nació Joaquina, a quien pudimos disfrutar a pleno», añadió. «Cuando por fin nos autoriza- ron a practicar fue un alivio para mí y todos los colegas porque es nuestro trabajo. Fue un poco más complejo que en el caso del fútbol, porque nuestro deporte se practica en lugares cerrados. Por suerte luego todo caminó bien».

Este año también miró los Juegos Olímpicos, según los horarios de las emisiones. Habitualmente también sigue el básquet del mundo por televisión, principalmente el de Europa. En la NBA es de engancharse cuando vienen las finales.

DEL FÚTBOL AL BÁSQUET

Batista contó que jugó mucho al fútbol durante la pandemia. «Tenemos el equipo que defiende a nuestro grupo en el torneo de los barrios. El fútbol es prácticamente un deporte innato para la mayoría de los uruguayos. Con la cuarentena fue el deporte que podía practicar y además me permitió afianzar los vínculos con los vecinos», dijo.

Contó en ese sentido que juega «de nueve», es decir, centrodelantero. «Un nueve de área con poca movilidad y poco gol (se ríe). No soy muy ligero como para defender mucho la pelota. Pero tengo entusiasmo. De chico jugué al fútbol antes que al básquetbol porque era el deporte que se podía practicar en mi barrio, a cinco kilómetros de Playa Pascual, lo que hoy es Ciudad del Plata, aunque nací en Montevideo».

Su vinculación con su deporte-profesión llegó un poco de casualidad. Alguien lo vio en el ómnibus cuando tenía 15 años y le llamó su atención su estatura. Entonces medía 1,95 (hoy está en 2,07). Por supuesto, le preguntaron si practicaba básquet. Pese a que era algo totalmente nuevo para él, aceptó ir a Welcome.

«Nunca había practicado básquet ni conocía mucho del deporte porque donde viví no había ninguna cancha, como te decía era todo fútbol. Yo jugaba a la pelota y soñaba con jugar en Nacional, porque siempre fui hincha. Y terminé jugando por Nacional, aunque en básquet. En cambio, no tenía definido qué iba a ser de grande, solo pensaba que seguiría estudiando. Estaba en la edad de la rebeldía… Resultó muy inesperado como se dio todo», recordó.

«En mis primeros tiempos como basquetbolista ni siquiera imaginé lo que vendría más adelante, porque era bastante malo. Tenía que aprender la técnica y las reglas del juego, todo junto. Pero nunca me pasó por la cabeza abandonar. Era bastante cabeza dura y no me preocupaba hacer papelones. Por suerte se dio así. Con el paso del tiempo le fui agarrando la mano y todo fue como una bola de nieve. Primero jugar en primera, luego la selección uruguaya, más tarde la posibilidad de jugar afuera…», añadió.

MIRANDO ATRÁS…

Desde su debut en primera con la «W» en 2001 hasta su llegada a Hebraica pasaron veinte años y alrededor de 25 equipos, incluyendo varios uruguayos pero sobre todo extranjeros, en España, Estados Unidos, Italia, Argentina, Turquía, Rusia, China… También, por supuesto, la selección uruguaya.

«Mirando atrás mi trayectoria me llena de muy buenos recuerdos –sostuvo–. Me permitió llegar a lugares donde nunca me hubiera imaginado estar y que nunca hubiera alcanzado si no fuera por mi profesión. Jugar en el exterior, además de permitirme hacer mi vida como profesional, hizo que pudiera conocer otras culturas, otra gente, aprender idiomas, viajar por el mundo».

Mil veces le preguntaron sobre su experiencia en la NBA, pero nunca se cansa de responder. La definió como «algo divino, el sueño de todo jugador». «Cualquiera que juegue al básquet en el mundo quiere estar en la NBA y a mí me tocó, tuve esa suerte. Deportivamente es uno de mis mayores orgullos. Me llegó la propuesta en medio de un campeonato Pre Mundial con Uruguay. Algo intuía, sospechaba que podía haber una posibilidad. Pero cuando me hicieron la propuesta fue un momento de felicidad increíble, quería salir corriendo para contarle a mi familia», recordó.

«La NBA es el mejor nivel del mundo en mi deporte, varias cabezas por encima del resto. Tienen un nivel súper profesional. El tema físico es descomunal, son verdaderos atletas jugando al básquet. Es increíble la velocidad, la capacidad de salto que tienen. Yo los veía y me decía: ‘no puede ser’. Además, están rodeados por una logística avasalladora. Viajás en avión privado, vas al mejor hotel de la ciudad que visitás, tenés cuatro canchas diferentes para entrenar. También descubrí una abundancia desmedida. Por ejemplo, veía cómo mis compañeros estrenaban championes en cada partido y luego del partido los tiraban a la basura. Yo, con mis 22 años, no podía entenderlo. Uno de los compañeros tenía siete autos… Claro, después me enteré que hay un porcentaje alto de ex jugadores que termina en bancarrota pese a las fortunas que ganan. Eso te enseña la necesidad de administrar y no derrochar», advirtió.

Pese a todo eso, llegó el día en que volvió a armar las valijas y prefirió buscar otro destino. «Hice la pretemporada con Boston, luego estuve dos años en Atlanta y cuando volví a Boston habían formado un súper equipo donde me iba a ser difícil jugar. Y como yo quería jugar, preferí irme a Europa», explicó.

Otro impacto fue su pasaje por China: «La diferencia horaria con Uruguay me marcaba, cuando acá se iban a dormir yo estaba levantándome para ir a entrenar. Sumale un idioma prácticamente imposible y las costumbres muy diferentes. Pero terminé acostumbrándome. Siempre me gustó vivir la experiencia, abrir la cabeza a nuevas cosas. Y mirá que hubo momentos en que extrañé mucho. Me fui con 18 años, así que en los primeros tiempos lo sentí mucho. Llegué a llorar todos los días. Fue duro despegarme de la familia y los amigos. Pero ahí se ve lo que evolucioné, lo que maduré. No es lo mismo estar afuera a los 30 que a los 18…»

Con 38 años cumplidos el 2 de setiembre, afirmó sentirse bien para seguir compitiendo. «Ya no son los años de esplendor, pero tengo ganas y quiero disfrutar de mis últimas temporadas. Quiero tomarlo desde ese punto. Las ganas están, me siento bien físicamente», comentó.

En este 2021 Batista llegó a los 100 partidos con la Selección uruguaya, lo que lo convirtió en el jugador con más presencias con la Celeste. «Poder haberla defendido durante casi veinte años me llena de orgullo. Y así como digo que fue muy bueno poder jugar por el mundo, también digo que defender al país es algo hermoso», enfatizó.

Su experiencia le permite analizar con claridad dónde se encuentra hoy el básquetbol uruguayo: «Somos un básquet al que no le sobra nada. Si bien en algunas cosas estamos lejos, somos competitivos. En el último Preolímpico nos enfrentamos con países europeos importantes y les hicimos partido a todos, peleamos hasta la última pelota. Creo que fue algo para valorar y tenerlo presente para seguir trabajando e intentar acercarnos a los mejores».

Esteban no tiene decidido qué hacer luego de su retiro de las canchas, pero le gustaría seguir vinculado al deporte. «No sé si seré director técnico, no es algo que me llame la atención, pero sí me gustaría ayudar a los más jóvenes a mejorar su juego y a aportar toda mi experiencia», comentó.

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